domingo, 13 de mayo de 2012

Último suspiro

Cuando se apagan las luces se apagan por última vez, sentimos vacío en nuestro interior, reflexionamos y le damos vueltas a la cabeza, creyendo que todo lo que hicimos estuvo equivocado y que la dirección que tomamos nos hizo perder nuestra esencia.

Pero debería ser bien sabido que esto no es así, que apagar las luces, cuando lo hacemos voluntariamente, no es más que poner punto y final a un capítulo, a un tomo de nuestra vida. Es querer que todo pase, que todo cambie, se transforme, evolucione y crezca.

Y así es como cierro este capítulo y apago, por última vez, la pequeña candela que alumbró esta pequeña casa durante los últimos 9 meses. Sea coincidencia o no, el tiempo que dura un embarazo. Surgen proyectos, ideas, y todo debe materializarse.

Pero, hasta entonces. 
Con un último suspiro, apagaré la luz en este hogar de papel y carboncillo.

miércoles, 11 de abril de 2012

Sentencias

Siempre nos juzgarán.

La vida está repleta de jueces que emiten veredictos, lo valoran todo y dictan sentencias. No obstante, hemos de ser nosotros mismos quienes distingamos aquellas sentencias que de verdad se basan en argumentos reales y las que no.

No podemos asumir cada sentencia como algo a lo que dar valor absoluto. Tampoco hemos de ignorarlas por completo. El rango entre 0 y 1 comprende infinitos decimales, y a cada sentencia hemos de otorgarle el valor justo.

Y es que todos somos jueces, que observamos el universo como un cúmulo de infinitas copias, incapaces de ver en la mayoría de los casos que, en cada uno de nosotros, hay algo especial y diferente que, a su vez, le da belleza a la vida.

Es más placentero ver la vida en una eterna escala de grises, pura monotonía e intentar desaturar cada color que aparece en nuestra vida. Tarde o temprano lo intentamos y, quizás, cuanto antes, mejor, así el color podrá huir y marcharse a otro mundo.

Porque, ante el primer no, la primera negativa, salen a relucir los jueces.

Y siempre cargarán contra ti.

Refugio

Hay días en los que saber que las cosas no van a ir bien. Son días en los que, tras volver del instituto, de la facultad, del trabajo, lo único que te apetece hacer es meterte en la cama, da igual la ropa que lleves puesta, y dormir.

Te despiertas y vas a mirarte al espejo, y el reflejo que ves no se corresponde con la imagen perfecta que siempre tienes de ti mismo: ves las ojeras marcadas, el pelo revuelto, la piel pálida, las marcas del cansancio. Lloras y sientes el vacío dentro de ti, un vacío que puedes intentar llenar con cientos de cosas, pero sabes que el vacío sigue siendo demasiado grande como para ignorarlo.

No importa lo que hagamos, en esos días, algo te oprime el pecho. Sabemos perfectamente lo que es, pero en muchas ocasiones, no queremos reconocerlo por miedo a mostrarle a alguien intente atacarnos con ello. Ese alguien somos nosotros mismos, que pensamos, damos vueltas a las cosas y criticamos cada uno de los pasos que nos llevaron al punto al que estamos.

Pero hay pasos que no hemos recorrido nosotros, que ya ha recorrido alguien por nosotros. Y eso no lo podemos cambiar.

Mañana es el juicio del divorcio de mis padres y, por mucho que haya pasado, por miles de circunstancias que se hayan dado en el pasado, hay tantos sentimientos encontrados dentro de mí que, lo único que me gustaría hacer, es encontrar refugio dentro de una cueva y dedicarme a dormir hasta dentro de seis meses, como si no hubiese pasado nada. Y son esta clase de días aquellos en los que antes que una sonrisa, veo malas maneras y malos gestos; antes que un abrazo bien dado, vemos cómo algo nos aparta de su camino; que antes que crecernos ante el dolor, nos dedicamos a llorar. 

Son días, en definitiva, en los que la mínima palabra nos hunde, en los que preferimos la soledad, en los que nos hubiese gustado olvidarnos del verbo respirar.




domingo, 18 de marzo de 2012

El olvido

Cuando entré en su habitación, Sabina entrelazaba sus dedos y los desentrelazaba a una velocidad sobrehumana. Sin embargo, su mirada seguía perdida en un punto fijo que escapaba a mi imaginación, que escapaba a mis ojos, que escapaba a mi mente. 

Sabina desentrelazó los dedos una última vez y, entonces, me di cuenta que sobre su camisón blanco había grandes manchas de sangre que los recorrían de arriba a abajo. Me miró a los ojos y, para mi sorpresa, esbozó una sonrisa antes de lanzarse sobre mí.


viernes, 9 de marzo de 2012

Moralina barata

Moralina : 
f. Moralidad inoportuna, superficial o falsa.

¿Qué nos hace pensar que somos dueños de la moral de los demás? ¿Qué nos hace pensar que somos la realidad en estado puro y que nuestros dictados son la norma a seguir? ¿Qué os hace pensar que necesito vuestros consejos para seguir viviendo? 

No lo comprendo, ni lo comprenderé nunca. Cómo gente que no interactúa, que no se moja, que de cara a los demás no existe y que cuando existen es imponiendo una serie de condiciones propias, puede creerse en posesión de la moral de los demás. Me indigna sólo de pensarlo.

Bueno, mejor dicho, me da asco.

martes, 6 de marzo de 2012

Verdad o, como dirían los suecos, Sanningen

Hay veces que únicamente necesitas mirar a los ojos de otra persona para saber cuáles son sus intenciones. Normalmente no, normalmente cuando miramos a los ojos de los demás nos encontramos todo un universo de perfectas mentiras, un entramado de relaciones inexistentes creadas y contadas únicamente para despistar a la mente del que mira, del que intenta profundizar en el contrario. 

Hay veces que cuando alguien nos mira a los ojos, nosotros mismos somos los que creamos dicho entramado de realidades, que con un único chasqueo de dedos, desmontamos como si de un martillo golpeando una pared de madera se tratase. Bueno, no siempre, a servidor le cuesta mucho, muchísimo, por no decir una barbaridad, porque le gusta exhibirse emocionalmente hablando. No es que lo vaya buscando, ni mucho menos  (aunque sí que debo reconocer que sentirse el centro de atención es verdaderamente tentador, todo un pastelito dulce que morder), pero hay quien no sabe poner barreras entre el universo exterior y el interior, diluyéndose los bordes de ambos como una acuarela al caer en el papel. 






Hay veces que, cuando miro a alguien a los ojos, le ofrezco toda mi verdad, le hago sentir todo mi ser, le enseño lo que de verdad es Heras, que no es más que Miguel. La llave hay muy pocos que de verdad la tengan, que puedan pasar de una habitación a otra dentro de esta casa, a la que llamo La Casa del Árbol. 


Pero quien siempre la tendrá, es Laura.