domingo, 18 de marzo de 2012

El olvido

Cuando entré en su habitación, Sabina entrelazaba sus dedos y los desentrelazaba a una velocidad sobrehumana. Sin embargo, su mirada seguía perdida en un punto fijo que escapaba a mi imaginación, que escapaba a mis ojos, que escapaba a mi mente. 

Sabina desentrelazó los dedos una última vez y, entonces, me di cuenta que sobre su camisón blanco había grandes manchas de sangre que los recorrían de arriba a abajo. Me miró a los ojos y, para mi sorpresa, esbozó una sonrisa antes de lanzarse sobre mí.


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