miércoles, 31 de agosto de 2011

Como diría Cee Lo Green...

Queda ya poco para comenzar mi periplo por la Universidad y comenzar a estudiar Publicidad, y no sé por qué, a medida que se acerca el momento, mis dudas se despejan y mis miedos comienzan a aflojar sus cadenas en torno a mí. Me siento cada vez más seguro de que mi elección fue la correcta en un momento de inseguridades estúpidas y absurdas, y que aunque mi prematura timidez en momentos así, en los que me voy a ver con un montón de desconocidos, no tiene por qué tener razón de ser: ellos vienen a lo mismo que yo, a estudiar lo que ellos quieren y, ¿por qué no? A empezar de cero en mil y un aspectos.

Porque nunca he negado que entrar en la Facultad, para mí, va a suponer romper con muchas cosas pasadas y empezar a hacer lo que de verdad me apetece hacer, sin importarme la gente que me rodea… ¿O quizás no tanto? Seguramente encuentre mucha gente con la que compartir mi vida, mis cosas, y que seguramente respetarán mis decisiones personales mucho más de lo que la gente en el Instituto, tan estereotipada y tan sumamente pasada de año en año por un grupo de profesores que muchas veces parecen tener Guettos en las mismas clases, que es incapaz de comprender que el mundo se divide en más cosas que buenos y malos, que no todos los que te siguen son geniales y no todos tus contrarios son lo peor. Ellos no están preparados para el mundo, y eso se demuestra ahora, al enfrentarte a un mundo mucho más adulto.

Mis seis años de Instituto comenzaron de una manera más o menos buena, pero se fueron destruyendo poco a poco, como un ejército en un ajedrez, comencé a perder mis peones, mis defensas principales, y mis órganos ejecutores principales, torres, caballos y alfiles, caían con la velocidad de un tornado, dejando a la reina y al rey juntos y sin más protección que la interacción entre ellos. Cayendo la reina, el rey quedó al descubierto. Mis defensas mentales fueron perdiéndose por el camino, y este último año, al que a todo se le ha unido una serie de problemas físicos y de salud importantes, no he podido soportar más presión de la que he tenido que soportar.

Ahora, a pesar de todo esto, es mi momento, como diría alguna pseudo-diva televisiva, pero no mi momento de destacar, no, sino de ser yo mismo y disfrutar de las cosas tal y como yo quisiera. Y aunque comience con un poco de miedo, ya hay gente como Aless y Alejandro, a los que conocí el otro día, que de seguro me harán el pase del Instituto a la Universidad mucho más ameno que el, y lo siento, puto Instituto fue durante seis años.

¡Ah! Y esto es lo que le dedico a los señores… ¿merdellones? Del San José... Bueno, y a unos cuantos que van de pijos con pantalones por las rodillas.



viernes, 19 de agosto de 2011

El Ciervo

Hoy me he sentido decepcionado. Hoy me he dado cuenta que no debes poner nunca tu corazón en juego por alguien si no sabes cómo va a responder esa persona por ti, ni si tan siquiera esa persona lo hará. Caes en la cuenta que todo escapa de tu comprensión y que, quizás, las cosas más nimias y sin mayor importancia son aquellas que te hacen darte cuenta si aquello por lo que estás luchando de verdad vale la pena o no.

La carrera del Ciervo

Me levanté aquella mañana dentro de mi saco en La Casa del Árbol y, contemplé, a través del fino reflejo de uno de los cristales de la Gran Casa, la figura de un ciervo de grandes astas que se había quedado dormido en la base del tronco de mi árbol. Bajé con cuidado la escalerilla y contemplé al animal, absorto.

Su testa, adornada por una gran cornamenta, reposaba sobre su lomo plácidamente y su cuerpo subía y bajaba lentamente al ritmo de su respiración lenta y pausada. Me acercé y estiré mis dedos, intentando rozar su cuerpo con mis dedos. Sin embargo, en cuanto toqué su suave piel, el ciervo se puso en pie, como si nunca hubiese estado tumbado, y me miró fijamente durante unos segundos antes de salir corriendo tras el árbol.

Salí detrás de él, intrigado por qué había hecho aquello, aunque los ciervos son por naturaleza miedosos, y crucé, con mis pies descalzos, parte del inmenso jardín hasta que el ciervo se metió en el Bosque. En ese preciso instante, paré sobre el barro en el cual me había metido y me quedé quieto, pensando que, si se había metido en aquel lugar, no merecería la pena seguir tras él.

Algodón de azúcar

Rocé con mis labios la punta de mis dedos, pegajosos y brillantes, y los besé, notando con el leve roce y el aroma acaramelado del azúcar que se había quedado prendado de ellos. Introduje levemente la punta de los mismos en mi boca y, con la lengua, noté los cristalitos minúsculos despertando en mi interior y endulzando un poco aquel momento en el cual, con una pequeña taza de té, miraba hacia la Gran Casa, tan imponente, donde ya no me atrevía a entrar.

Nubes de Algodón de Azúcar

Bajé por la pequeña escalera colgante prendida de la Casa del Árbol y me tumbé en la hierba fresca del jardín. Era el atardecer, y el sol teñía con delicadeza las nubes a su alrededor en el firmamento de un tono rosáceo, como si fuesen grandes nubes de algodón de azúcar que estaban en el tejado del mundo, la cúpula celeste que, en momentos como aquel, hacían que mi mundo se convirtiera en un gran lienzo en blanco sobre el cual dibujar.

Miré atrás cómo los castores de peluche reconstruían el estanque como podían, dejando cierto espacio para que el río fluyese de manera agradable y rodease la Gran Casa para que no pasase lo de la vez anterior, que el torrente impactase directamente en mí. Los pájaros de madera, sentados en las ramas del árbol, me contemplaban, curiosos, mientras tomaba una baya del bolsillo del pantalón y la introducía en mi boca…

Y entonces lo pensé nada más ver el gran Cerezo que se perdía en el cielo.

¿A qué huelen las nubes?
¿A qué sabrán?

Rocé de nuevo mis dedos contra mis labios y saboreé los pequeños cristalitos de azúcar. Miré hacia la Casa del Árbol y vi las tiras de la mochila colgando por uno de los huequecitos antes de desviar de nuevo mi mirada hacia el Cerezo que se perdía en el cielo.

Yo lo iba a descubrir.

El Estanque

Hoy he llorado.He clavado mi mirada en el teléfono fijo negro de la Gran Casa, en cuyo jardín se encuentra el árbol donde reposa mi pequeña Casa de madera, y he comenzado a llorar amargamente como hacía tiempo que no lo hacía.

Castores

Tarde de lunes de agosto rara en la cual, tras discutir con mi madre y encender pequeñas bengalas que estallaron en todas direcciones, prendiendo un fuego de tamaño considerable más que encender las luces de la gente con pequeños fuegos artificiales de colores, mi corazón decidió decirme: Hasta aquí hemos llegado, se acabó. Con aquella declaración de intenciones, y tras varios días de luchar contra mí, el órgano dejó de bombear sangre…

…y se hizo el silencio en el estanque de castores que hay al final de la primera calle del jardín, justo detrás de la casa del árbol. Los pequeños animales de peluche, que se habían visto cobrando vida por arte de magia y saliendo de mi habitación poco a poco, dirigidos por una pequeña castora a la que les gustaba llamar Niña Castori, se reunieron en círculo sobre las maderas que habían llevado hasta allí y notaron el agua enrarecida. Ellos habían contenido allí todo el agua del pequeño río y asustados, con un sordo silbido, me llamaron.

Miré en la dirección de los animales de peluche y me dirigí allí cuando el sonido del viento llegó a mis oídos. Fue entonces cuando los castores saltaron del estanque en todas direcciones y la madera vibró con ímpetu. Di dos pasos y…

…las maderas se soltaron de su encaje perfecto y el agua se lanzó sobre mí como si bajo una cascada yo me encontrase. Y fue como se empaparon mis ojos y se enrojecieron, intentando ver a través de las gotas y gotas que, juntas, habían creado aquel torrente poderoso.

Hogwarts

Hace diez años ya cayó entre mis dedos un libro, de tapa amarilla y con la imagen de un chico con capa roja volando sobre una escoba. Hace diez años, en Navidad, aquel libro no iba dirigido a mí: una pequeña pegatina, escrita por Papá Noel, indicaba que aquel tomo, no demasiado grueso, estaba predestinado a caer en las manos de una joven chica de ojos azules y sonrisa perenne.

Sin embargo, la cicatriz en forma de rayo en la frente y las gafas tras las que se escondían unos ojos verdes del chico, que me miraban fijamente, llamaron mi atención con mis escasos 8 años… ¿o eran 7? No lo sé. Eran unos ojos verdes que atrajeron mi curiosidad y me hicieron robar de una de las estanterías, aquella misma Navidad, del cuarto de mi hermana el libro que ni tan siquiera había sido abierto. Olía a página de libro nuevo al abrirse, a vida entre palabras y letras, pero sobretodo… olía a magia.

Devoré cada una de las palabras del libro con voracidad y gula, durmiéndome a las tantas para saciar mi sed de curiosidad por lo que le pasaba al chico que acababa de descubrir todo un mundo ante él. Un mundo donde podías no saber nada y, de la noche a la mañana, ser reconocido por centenares de personas pasando por una única calle diagonal llena de tiendas donde comprar varitas, escobas o libros con hechizos e historias increíbles.

Crecí con Harry Potter, tal y como millones de niños, y no tan niños, han hecho desde que apareció en 1997 el pequeño y tímido Harry, que dormía en la alacena bajo la escalera y malvivía junto a los Dursley. Hemos descubierto parte del mundo mágico con él, cómo su nombre puede ser reconocido por magos de diversos países, siendo tanto admirado como repudiado, y cómo Quien-no-debe-ser-nombrado había cometido tantos crímenes en su vida, sobretodo sobre sí mismo, que no merecía ser ni un fantasma.

Creo que no soy el único que soñó y deseó todos los días escuchar el ulular de una lechuza en su cuarto por la mañana con un sobre sellado con cera roja y su nombre: Miguel Campos, primer cuarto a la izquierda del pasillo rezaría el mío. Así como tampoco habré sido el único que habrá escrito su nombre, seguido de Potter, y habrá escrito una ”historia nueva” siguiendo palabra por palabra el mágico y maravilloso mundo creado por J.K. Rowling.

Pero, desde entonces, han pasado ya diez años como una única etapa que, finalmente, ha concluido hoy con la última película de la saga cinematográfica surgida a raíz de los libros. Realmente no concluye, sino que hace un punto y aparte, esperando que algún día todo esto continúe, ya sea en la conocida Pottermore o en mi interior, pero sí que es el punto de algo.

Hoy he llorado, tras largos días esperando poder ver la película y reunir algo de dinero para ir con mi hermana y mi madre y terminar nuestra tradición de ver todas las películas juntos, mientras contemplaba cómo se iba acabando la historia en película que desde pequeño he visto crecer. Viendo cómo Severus Snape, ese cruel profesor de pociones en la Escuela Hogwarts, amaba y lloraba amargamente. Y yo lloraba también, porque todo esto es parte de mi vida.

Guardaré la saga de libros, las películas, mi ajedrez mágico, las varitas, los libros de cromos, el giratiempos… Los guardaré en una caja de madera, un baúl, del cual no se puedan perder nunca y pasarán a mis hijos, o a mis sobrinos, o a quien quiera leerlos, para que puedan seguir disfrutando de la saga que, un día de 2001, me hizo descubrir que puede que no vaya a ser el mejor escritor del mundo, pero que mi vida tiene un sentido entre las páginas de historias tan mágicas como ésta.

Se dice Leviosa, no Leviosá;
Heras.

Los Planos

Al terminar de diseñar ayer ‘La Casa del Árbol’ y daros la bienvenida de una manera tan sumamente creativa como ñoña, me daba la sensación que quizás puedo conseguir con este rinconcito lo que no llegué nunca a conseguir con ‘Sucker for love’ o ‘Il mare immenso’: un mundo y un entorno propios, que no haya adaptado de ninguna canción ni de ningún mundo ya existente, lugares surgidos de mi propio ser y que sirvan como punto de referencia al resto del universo desde mi perspectiva.

Ponerme a escuchar la música de Mat Kearney, creyente ferviente con el cual no comparto quizás esa visión de la vida, y relajarme mientras trazo paso por paso los planes que darán lugar a la finalización de este proyecto como maqueta es lo único que ahora mismo me está resultado ‘curioso’, por así decirlo. Tenía un tiempo precioso y valiosísimo, completamente vacío y carente de sentido, y ahora ya tengo un pequeño hueco cubierto con la creación del blog.

Pero no me voy a equivocar de nuevo. El impulso creo que nunca fue buen consejero y mis decisiones han pecado los últimos tiempos de exceso de ello. ‘La Casa del Árbol’ tiene que ser un proyecto diferente a todo lo que he hecho antes, por lo que me lo tomaré con relativa calma mientras todo el proceso creativo fluye.

Por ahora, no hay más que un boceto de la posible idea que puede surgir aquí, los planos de la casa. A partir de ahora, todo será hacer realidad lo que en mi mente surja como idea: ya sé que en el primer post del blog daba la bienvenida a la Casa como algo ya terminado. Un proyecto ya diseñado por completo…

…pero es que en los sueños, eso es lo que ocurre, ¿no?

Heras

La Casa del Árbol

Acompáñame, y déjame que te muestre mi casa del árbol. Acompáñame, déjame que te muestre como es mi pequeño universo, lleno de incoherencias hechas tablones de madera, de ilusiones hechas clavos y de un pequeño ramo de margaritas secas que te representa a tí.

Hacía tiempo que llevaba construyendo este pequeño lugar en mi interior: un pequeño espacio mío, personal, alejado del mundanal ruido de la ciudad, de las luces de neón de una época pasada, de televisiones donde mi único reflejo me asustaba y de las olas de un inmenso mar de telas plateadas y sedas blancas bañadas con sangre. Hoy, tras mucho tiempo, puedo ver mi pequeña casa del árbol iluminada con una pequeña hilera de bombillas de colores.

Te dejo la llave de mis emociones, la carta que te invita a una fiesta donde lo único que importa es que sepas que mi corazón está ahí, dispuesto a que alguien lo tome, la última bombilla que dejo encendida para que tú apagues. Siéntate conmigo, tomemos una pequeña galleta de chocolate mientras observamos la noche, las estrellas, colgados de las ramas de este árbol, atrapados entre cuatro paredes que caerán con la primera de las lluvias de otoño y que se helarán con el invierno. Pero ahora, me sobra y me basta para que estemos juntos.

Aprieta mi mano, mientras muerdes la galleta y bebes de una pequeña taza de té que he preparado de manera precaria, con una tetera antigua y una pequeña bombona de gas. Porque no tengo mucho más que ofrecerte esta noche, sólo mi pequeña voz y mi corazón.

Te invito a una pequeña fiesta, cada día, en mi pequeña casa del árbol.
Heras.