viernes, 14 de octubre de 2011

Set fire to the Rain


Contar relatos basándome en la canción que escucho nunca suele terminar bien, porque la historia nunca tiene coherencia escrita. Sí en mi mente, pero escrita no.



Las gotas de lluvia rozaban cada milímetro de mis mejillas, deslizándose, al ritmo que la gente abría sus paraguas y se alejaban poco a poco del banco donde estaba sentado, solo, calándome con cada partícula de agua que penetraba por mi ropa. Contemplé la capota gris que cubría la ciudad y subí las piernas al asiento del banco, me coloqué la capucha de la sudadera y me abracé a mí mismo mientras escuchaba el repiqueteo de la caída de la lluvia.

Deslicé mi mirada hacia el semáforo de delante de mí y contemplé una figura acercarse hacia mí. Una figura apuesta que, aunque no conocida de sobra, sí que se había vuelto familiar para mí. Hice el amago de sonreír bajo la protección que suponía el estar medio cubierto y sin posibilidad de que me reconociese. Podría haberme levantado del asiento y saludarle, pedirle cobijo bajo el paraguas e intentar, como quizás intenté antes, rozar sus labios de nuevo.

Pero no lo hice al ver que se acercaba a otra figura que aguardaba al otro lado del semáforo, con un paraguas diferente y con el brazo levantado, saludando. Fue entonces cuando el amago de sonrisa se desvaneció de mi rostro y fruncí el ceño de manera instintivo.

Y fue entonces cuando deseé prederle fuego a la lluvia y dejarles arder bajo las gotas de agua que caían. Por sentirme celoso, por saberme no deseado, por saber que nunca podría aspirar a nada porque cruzar nuestras miradas sólo puede significar algo amistoso y por saber que querer un beso cuando no hay unos labios que te quieran besar es estúpido.

Por eso quise prenderle fuego a la lluvia.

Pero al final, lo único que hice fue calarme hasta los huesos con la lluvia cayendo sobre mí, alejarme de aquellas dos figuras bajo sus paraguas y dejar que las gotas rozasen mi piel y me recordaran que el mundo es inmenso y que ninguno somos diferentes: si la lluvia cae, nos moja a todos.

Excepto si llevas un paraguas. Y yo me dejé el mío, igual al suyo, en el asiento del banco.


Y como no, esta no es una excepción.

1 comentario:

  1. Podría haberse metido en un bar. Lo mismo allí hubiese conocido a alguien, quien sabe.
    A veces nos empeñamos en pasar frio y mojarnos porque tenemos la irracional idea de que lo mismo así, sacrificandonos, obtendremos algo.
    Al final solo te mojas.

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