viernes, 19 de agosto de 2011

El Estanque

Hoy he llorado.He clavado mi mirada en el teléfono fijo negro de la Gran Casa, en cuyo jardín se encuentra el árbol donde reposa mi pequeña Casa de madera, y he comenzado a llorar amargamente como hacía tiempo que no lo hacía.

Castores

Tarde de lunes de agosto rara en la cual, tras discutir con mi madre y encender pequeñas bengalas que estallaron en todas direcciones, prendiendo un fuego de tamaño considerable más que encender las luces de la gente con pequeños fuegos artificiales de colores, mi corazón decidió decirme: Hasta aquí hemos llegado, se acabó. Con aquella declaración de intenciones, y tras varios días de luchar contra mí, el órgano dejó de bombear sangre…

…y se hizo el silencio en el estanque de castores que hay al final de la primera calle del jardín, justo detrás de la casa del árbol. Los pequeños animales de peluche, que se habían visto cobrando vida por arte de magia y saliendo de mi habitación poco a poco, dirigidos por una pequeña castora a la que les gustaba llamar Niña Castori, se reunieron en círculo sobre las maderas que habían llevado hasta allí y notaron el agua enrarecida. Ellos habían contenido allí todo el agua del pequeño río y asustados, con un sordo silbido, me llamaron.

Miré en la dirección de los animales de peluche y me dirigí allí cuando el sonido del viento llegó a mis oídos. Fue entonces cuando los castores saltaron del estanque en todas direcciones y la madera vibró con ímpetu. Di dos pasos y…

…las maderas se soltaron de su encaje perfecto y el agua se lanzó sobre mí como si bajo una cascada yo me encontrase. Y fue como se empaparon mis ojos y se enrojecieron, intentando ver a través de las gotas y gotas que, juntas, habían creado aquel torrente poderoso.

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