miércoles, 7 de septiembre de 2011

El Cerezo

Creo que todo sería bastante más sencillo en mi vida si sólo me dedicase a admitir que el mundo es el que es,  que la gente que me rodea por cualquier circunstancia es la que es, que esas son las circunstancias que me tocaron asumir desde un primer momento y que mi permanente búsqueda de gente nueva a mi alrededor con la que compartir mi vida, mis chorradas, mis sentimientos y mis preocupaciones, más allá del límite acotado por las cuatro paredes de una clase, no es más que una excusa para no tener que enfrentarme a mis infinitos complejos y a mi infinito ego, que lo tengo, y en cantidades industriales.

Pero la verdad es que luego uno ''reflexiona'' y pone en una balanza todo lo bueno que le ha dado esa búsqueda continua (que aún no acaba) de nueva gente con la que compartir el mundo y en otra mano pone todo lo malo que le da restringirse a un universo al cual nunca ha pertenecido y que pretende moldearlo en base a una imagen absurda y estúpida que nada tiene que ver con él. Unos ceden. Yo, por suerte, creo haberme ido alejando de la manera más elegante posible. O no. Seguramente la opción que tomé de despegarme de un grupo en el cual todos sus miembros comenzaban a asemejarse cada vez más a una piara de cerdos o a una jauría de perros sin ningún tipo de libertad de decisión o capacidad de voto de lo que se quería fue una de las opciones más acertadas de toda mi vida. Sólo con 16 años.

La gente considera que las decisiones de un adolescente son intrascendentes, que sus elecciones siempre van a llevarle a prepararse para el mañana y a crecer como persona, pero yo creo que en todo esto, lo único que tiene una mínima razón es lo segundo: nuestras decisiones son las que nos hacen diferentes y las que nos hacen madurar, por muy superficiales que parezcan. Y ser diferente no es vestir de una manera concreta, ser diferente es saberte en tu interior único y especial, saber darte tus espacios para ti mismo y para tus reflexiones, saber que en el mundo hay más que chicas con labios color cereza a las que besar y chicos con músculos a los que rozar, saber que no todo debe ser igual y que las diferencias, por desagradables, son las que hacen que la vida sea tan interesante...

...el problema siempre vendrá cuando haya gente incapaz de ver esas diferencias de una manera natural y crean que todo han de bombardearlo y destruirlo con estupideces. Yo las he vivido en primera persona, quizás porque desde pequeño haya tenido un carácter de esos que amas u odias, pero nunca he pretendido que la gente me tratara de cierta manera. Nunca pretendí que mis diferencias se convirtieran en objeto de burla por parte de ciertos seres del neandertal que lo único que han hecho interesante en su vida es un chiste acerca de cualquier gilipollez, o de imbéciles que lo van de graciosos por la vida y a los que perdonas una vez, pero ya no más, y que te ponen a las espaldas cubierto de mierda hasta el techo delante de tus propios amigos para ridiculizarte. Obvio que no todo se puede decir a la cara, sabéis de sobra que no es esa mi opinión, pero lo que no puedes hacer es intentar cambiar los pensamientos de gente que sabes que nunca será partidaria de ti en ese aspecto porque consideran a la otra persona un verdadero amigo. Y si se ponen de tu parte y luego te sonríen, es que no merecen la pena.

El título de la entrada va dedicado a ellos: cerezos en flor del tamaño de sus egos que terminarán algún día por lanzarse cerezas como balas entre sí para intentar demostrar que las suyas son las mejores, las más deliciosas y las más vistosas. Quizás creyendo que las rojas son las más atractivas y sin saber que las raras, las oscuras, las moradas, son mucho más sabrosas que sus insípidas cerezas.

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