lunes, 19 de septiembre de 2011

La llama de una vela


Mis ojos siempre se pierden en el infinito ante las situaciones como esa, siempre acude a mi rescate mi pequeño niño, el niño que juega, que ríe, que sueña, pero que, sin embargo, tampoco es capaz de afrontar las cosas directamente y siempre pretende huir de eso con esas risas y esos juegos para despistar al mundo entero de sus propios pensamientos y sentimientos.

Alrededor de mi interior hay un muro en el cual la gente suele tirar piedras para poder encontrar una pequeña abertura con la cual entrar y poder descubrir lo que en mí hay. Un muro que a veces se abre solo y deja ver lo bueno que puede haber ahí, protegido para los demás con guardas cargados con picas y que saben hacer trucos de magia para despistar, pero eso son los momentos no tan comunes, y es el resto del tiempo cuando junto a las paredes de piedra, niños pequeños pintan con sus dedos dibujos de estrellas, nubes y lunas con pinturas azules, verdes, moradas y rojas. Y me arrepiento tanto de dejarles hacerlo tan a menudo...

Sin embargo, la magia de una simple vela bastó el viernes por la noche para que, lo que parecía un simple momento de diversión y bromas se convirtiese en una pequeña terapia improvisada y mis ojos se perdiesen en la llama que coronaba aquella vela en el centro de la mesita negra y todos mis muros internos cayesen poco a poco, que los guardias se durmiesen por un instante y surgiesen de mí todas aquellas cosas que quizás no les habría dicho a aquellos que me rodeaban en otro momento. 

No soy sincero siempre con el resto del mundo, quizás porque no soy capaz de ser del todo sincero conmigo mismo, y creo que es algo que me di cuenta el otro día. Y no lo digo como un método autodestructivo de esos que tanto me gustan y que tanto daño me acaban haciendo, que diluyen mi mundo en un mar de cosas que no tienen nada que ver. Esa es la conclusión a la que llegué al otro día mientras miraba aquella vela y escuchaba la que, quizás, fue la verdad que nunca asumo y que siempre me martillea: escuchar salir de alguien que de verdad te aprecian por quien eres y por lo que eres es, quizás, lo que necesitaba en aquel momento. Suena egoísta, pero no me di cuenta de ello hasta que lo escuché saliendo de quien menos esperaba, quizás, que me lo dijese.

Mis miedos se reducen a no ser aceptado por la gente que me rodeaba. A buscar ser aceptado por un mundo que quizás nunca me pertenece y al que siempre enseñaba lo que se escondía tras los muros a reyes y reinas, que saqueaban lo que podían y que finalmente dejaban mi mundo vacío, únicamente con dos guardias cada vez más armados y más fieros. Y eso no es bueno. Nunca fue bueno.

Las piedras multicolor del muro se van cayendo poco a poco en ciertos aspectos, no con todo el mundo, pero se están cayendo, y los niños se alejan de las paredes para que sean adultos los que pinten con sus dedos mientras yo, perdido entre mis pensamientos, contemplo una vela consumirse.

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