martes, 6 de septiembre de 2011

Un día de suerte


Las flores comenzaron a marchitarse en el pequeño jardín delantero de la Gran Casa en los primeros días de Septiembre, cuando comenzaron las delicadas lluvias a empapar la hierba fresca que, día a día, se iba enfriando más y más cada vez. El año pasado, las flores del pequeño jardín delantero de la Gran Casa que quedaban sanas, cogieron sus maletas y salieron de la tierra para abandonar el lugar en busca de tierras más cálidas de morir congeladas.

Sin embargo, este año todo estaba siendo diferente. Muy diferente.

Me levanté una mañana temprana con el ruido de gotas y asomé mi cabeza por el hueco que hacía las veces de puerta a la Casa del Árbol, esperando que la lluvia mojase mis cabellos. Nada. El sol brillaba (y ni me había fijado que inundaba la mitad del cubículo de madera), y ni rastro del agua ni de las gotas.

Así que me crucé de brazos y me colgué de las piernas a la Casa del Árbol para ver el mundo bocabajo: los castores de peluche y su estanque arriba, la Gran Casa cayéndose hacia el cielo de nubes de algodón de azúcar, los patos surcando el cielo a nado...

...¿y las flores bailando?

Puse de nuevo el mundo en su sentido natural y observé cómo las flores rojas, amarillas y moradas salían de la tierra en la que habían sido plantadas pero, en lugar de llevar sus maletas en busca de un mejor ambiente, movían sus pétalos al ritmo de las canciones de una de ellas y los ritmos que las mariposas creaban con su batir de alas. No podía creer lo que estaba bien, así que salté y me acerqué a ellas.

-¿Qué pasa? ¿Pequeño Hombrecito? ¿Es que nunca has visto a una rosa bailar por sentirse afortunada de que un día como hoy haga un Sol tan brillante? -preguntó una de ellas.
-En Septiembre siempre os marcháis.
-Nunca hace tanto Sol.
-No tiene lógica que en Septiembre el Sol brille tanto.
-No tiene lógica que las flores hablemos.

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